
Decía un refrán persa: “Primera etapa, corta etapa”. Siempre cuento esta historia, leída en
Los caminos del mundo, de Nicolas Bouvier, uno de mis libros de viaje favoritos. En la primera jornada, las caravanas persas sólo recorrían cinco o seis kilómetros antes de acampar. Por un motivo muy práctico: en la primera noche todo el mundo se da cuenta de que se ha dejado algo en casa, de modo que los viajeros podían regresar, recuperar el objeto olvidado y volver a unirse a la caravana antes de que reemprendiera la marcha.
Escribo este texto a trompicones, porque son las cuatro y media, y a las cinco me voy con Josema a Asteasu a por la vespa (está en un taller de allá, aún sin acondicionar del todo pero lista para rodar). Y desde Asteasu saldremos de viaje. Hoy no nos dará tiempo a casi nada, poco más que pasar por Irún y remontar unos kilómetros el Bidasoa, y ya tendremos que buscarnos algún rincón cubierto para dormir, tan cerca de casa que pareceremos persas. Quizá habría sido más prudente dormir en casa y salir mañana temprano, pero lo dicho: no aguantamos más, nos viajamos encima. Hoy Josema ha recorrido 800 kms en coche (desde Frejus, en la Costa Azul, hasta Donosti). Y nada más bajarse del coche se sube a la vespa.
Hay otro motivo: Josema cumple hoy 30 años. Y le hace ilusión celebrarlos montado en la vespa y cenando una lata de fabada en el hornillo (él recomienda Orlando). Eso sí, por culpa de los efectos secundarios de la fabada industrial mañana nos pelearemos por ocupar el asiento delantero de la moto.
No hemos hablado ni media palabra sobre el asunto, pero sé por qué le hace ilusión celebrar así los 30: porque para demasiada gente esta edad suena a timbre de fin de recreo. No es broma: nada más cumplir los 30, en las bases de datos de los bancos suena una alarma y tu nombre empieza a destellar en la pantalla. A mí me empezaron a llegar en cascada cartas de publicidad para que contratara un plan de pensiones. “Tu activo más valioso es el tiempo”, dicen. Y mucha gente de nuestra edad se acaba convenciendo de que a partir de ahora se acabaron las tonterías improductivas y toca amarrar, calcular y acumular, que ya disfrutaremos al cumplir 65 (los 65, evidentemente, no los garantiza ni Matías Prats júnior ni su banco naranja).
Por eso, cumplir los 30 en la vespa es una celebración de muchas cosas. Celebraremos las ganas que tenemos de seguir viajando y de improvisar, celebraremos que seguimos ilusionándonos por el mero hecho de salir de casa montados en una vespa, por el gusanillo que nos da ponernos a buscar un rincón para extender la esterilla y el saco esta primera noche. Celebraremos que seguimos disfrutando con las mismas cosas simples que cuando teníamos 17-18-20 años y pedaleábamos hacia Santiago, o por Castilla, o por los Alpes, las mismas que cuando teníamos 23 y fuimos en moto a Noruega, o cuando teníamos 27 y fuimos a Córcega. Celebraremos, también, la inmensa suerte de poder hacer lo que más queremos. Y brindaremos -con un buen trago de fabada Orlando- para que sigamos haciendo más caso a las ilusiones que a los miedos.
Lo escribió Axular hace más de cuatrocientos años: “Dabilen harriari ez zaio goroldiorik lotzen”. A la piedra que rueda no le sale musgo. La vespa tiene un poco de óxido y nosotros volveremos cubiertos por la mugre, pero procuraremos que el musgo no nos coma.
(Esta escapada inaugural no será larga, porque yo tengo que volver a Donosti a rematar unos trabajos para finales de mes. Nos gustaría pasar cuatro o cinco días por Navarra. Y volver el domingo 23 de abril. Ese día no sólo cumplen Shakespeare y Cervantes: la Vespa cumple 60 años. A ver si enlazamos los 30 de Josema con los 60 de la Vespa).