18 julio 2006

Belchite, horror petrificado (1)

Por el sur de la provincia de Zaragoza se extiende una inmensa llanura parda. A ratos este yermo lunar se ve tan ralo y tan pálido como si alguien hubiera desollado la tierra y ahora se estuviera recubriendo con un pellejo cicatrizante. En realidad esto es una estepa, de las más puras y valiosas de España; la visión del paisaje doliente está dictada por la imaginación: porque sabemos que circulamos por el escenario de una masacre.

Avanzamos hacia el oeste. En la ladera suave de una loma, bañada en la luz espesa del atardecer, se alza de pronto una torre de ladrillo en ruinas: la torre mudéjar de la antigua iglesia de San Martín, roída como una zanahoria, agujereada, traspasada por los rayos solares. Un faro del desastre. Y a sus pies, todo un barrio de casas medio derruidas, un campo de escombros. Es el pueblo viejo de Belchite, horror solidificado, reventón de cascotes, herida que sangra piedra.

Bajo los muñones de barro seco yacen cientos de esqueletos humanos. La imaginación se desboca durante el paseo y oye el silbido de los aviones, el estruendo de las bombas, el tableteo de las ametralladoras, las carreras de los niños, los aullidos de dolor. Los muros, con desconchones y el color disuelto y escurrido, parecen llorar. Los boquetes de las fachadas y las torres se abren como muecas de terror.
Belchite era un pueblo viejo, hogar de cristianos, judíos y musulmanes. Y un pueblo hermoso, que parecía brotar de la misma tierra porque con esa misma tierra se cocían los ladrillos, con la misma materia estaban hechos los muros y el paisaje, con los mismos tonos ocres y la misma sobriedad. También se levantaban arcadas, capillas, palacios renacentistas, templos y una airosa silueta de torres mudéjares. Belchite era una joya arquitectónica que emergía de las entrañas de la estepa. Hasta que la bombardearon, la acribillaron, la reventaron, la derrumbaron, la trituraron y la rindieron a esa tierra de la que había nacido.

Del 24 de agosto al 6 de septiembre de 1937, el horror se abatió sobre Belchite. Fue una de las peores masacres de la Guerra Civil española: 6.000 muertos en quince días.

El Ejército republicano quería conquistar Zaragoza para, de paso, aliviar el frente norte, en el que los nacionales, que ya dominaban el País Vasco, avanzaban como una apisonadora hacia Cantabria y Asturias. Pero los republicanos se toparon con una piedra en el camino: Belchite, de casi cuatro mil habitantes, muy bien fortificado, donde se defendían dos mil soldados al mando del teniente coronel San Martín. Durante doce días los republicanos bombardearon y asediaron el pueblo. Dentro de Belchite, en los muros de La Sociedad (el edificio donde se reunían los obreros militantes), los nacionales fusilaron a cientos de vecinos rojos o sospechosos de serlo. El contraataque franquista sólo derribó algunos aviones y no pudo socorrer a los sitiados. Y ya en los primeros días de septiembre las tropas republicanas se colaron en el pueblo.

La batalla se libró calle por calle, esquina por esquina, casa por casa. Una carnicería: los soldados y los vecinos caían por docenas, reventados por las bombas o acribillados por las balas. El 5 de septiembre, los nacionales, acorralados ya en unas pocas manzanas, recibieron la autorización para abandonar el pueblo. Al día siguiente intentaron escaparse pero sólo 300 hombres rompieron el cerco republicano. Y de esos 300, sólo 80 lograron llegar a Zaragoza. A los demás los mataron en las lomas y las llanuras del Campo de Belchite, mientras huían.

Ese mismo 6 de septiembre los republicanos ocuparon definitivamente el pueblo. Pero al final no fue una conquista muy valiosa: la gran ofensiva aragonesa se había estancado en Belchite durante casi dos semanas, habían perdido muchísimas vidas y sólo conquistaron un puñado de posiciones menores, a 25 kilómetros de Zaragoza. El frente aragonés se estancó. En el norte, las tropas nacionales tomaron Cantabria y siguieron imparables hacia Asturias. A los republicanos les quedaban ya muy pocas bazas en la guerra.

Belchite volvió a manos franquistas unos meses más tarde, en marzo de 1938. Y los vencedores decidieron mantener el pueblo en ruinas, lo convirtieron en un icono, pueblo mártir, pueblo arrasado por la barbarie enemiga. “Belchite fue bastión que aguantó la furia rojo-comunista”, proclamó Franco en 1954, al inaugurar el nuevo pueblo que se construyó junto a los escombros del antiguo. “En los frentes de batalla y en las guerras a unos les corresponde ser yunque y a otros maza. Belchite fue yunque, fue el reducto que había de aguantar mientras se desarrollaban las operaciones del norte. Belchite tenía que poner el pecho de sus hijos para que fuese posible la victoria. Y de aquella sangre derramada, de aquel esfuerzo heroico de hombres, mujeres y niños, de ahí nació nuestra victoria”.

Contemplamos las ruinas de la iglesia de San Agustín. Aún tiene una bomba incrustada en la torre. Los arcos de la nave central son costillas que ya sólo sostienen el aire. En la explanada aparece un hombre mayor, con gorra de béisbol y gafas de sol, camiseta sin mangas, pantalón corto y sandalias.

-En esta iglesia comulgué yo. Y aquella pared -señala un muro derruido, al otro lado de la explanada- era mi casa. En aquella esquina cayó una bomba y mató a todas las caballerías. Ahí había otra casa, y ahí dos más -va nombrando y señalando, y donde sólo hay cascotes su memoria va levantando tres dimensiones.

-Yo me llamo Emilio por el primero que murió en Belchite. Mi tío Emilio, que tenía 22 años. Aquí mismo murió.

Emilio viene a recoger los higos que los estorninos aún no han picoteado, en las higueras que crecen entre los escombros.

(Chubí continued)

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Feliz 18 de julio

Anónimo dijo...

Los pelos de punta.

mr. shy dijo...

Me ha encantado.

Rafael Fernández dijo...

Un relato conmovedor.

Rafa dijo...

Te lo estabas guardando para hoy, ¿eh? Qué bien escribes, cabrón.

Unknown dijo...

Fantástico. Creo que me gusta esto de estar desconectado un tiempo, volver, y encontrarme tanto, tan bueno.

Anónimo dijo...

Hola a todos:

Mi abuelo, soldado del bando franquista, se escapó por los pelos de ahí. Vivió muchos felices años más.

Un saludo

Iván

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho el relato.
Garacias por publicarlo.

Un saludo