07 julio 2006

Chaparrón fuera y chaparrón dentro



El último comentario véspico lo escribí en Olot, mientras esperábamos a que escampase una tormenta de verano. Pues bien, escampó, salimos a la carretera bajo unas nubes negras negrísimas nigérrimas y, como era de esperar, volvió a caernos un chaparrón furioso en Ripoll. El día no estaba para poner la tienda de campaña, así que reservamos por teléfono una habitación en un hostal de montaña, cerca de la estación de esquí de La Molina, allá en las alturas, 50 kilómetros más adelante. Nos tragamos unos buenos kilómetros temblando de frío bajo la lluvia -en esos casos no hay nada mejor que ponerse a cantar a gritos y reírse de la propia estampa, yuju, yuju- pero no sabíamos que el peor chaparrón iba a caernos bajo techo.

Éramos los únicos huéspedes en el hostal-refugio: dos moscas en la tela de araña del hombre más pelma del Pirineo. Este hombre, el dueño del hostal, era un tipo enrollado, partidario del trato informal y amistoso con los clientes, oye, ayudadme a traer los platos a la cocina, oye, que yo prefiero que traigáis el saco de dormir o me paguéis el uso de sábanas porque no voy a andar haciendo camas. Y todo eso habría sido estupendo si luego no nos hubiera cobrado la estancia a precio de hotelito o si no hubiera aprovechado la coyuntura para meternos una paliza de tres horas.

Empezamos a cenar a las nueve, los tres en la misma mesa. El hombre tomó la palabra y ya no la soltó hasta la medianoche. Primero nos contó, paso a paso, cómo negoció con los anteriores dueños para comprar el refugio. Luego desgranó todos los problemas y conflictos que había tenido con diversos empleados en los últimos diez años, con una indignación creciente. Tras un silencio engañoso llegó la fase más íntima, en la que nos precisó los detalles y las razones de su divorcio, los posteriores jaleos inmobiliarios, la buena relación con su hijo, el rebote por el que había conseguido una millonada al vender un piso, los chanchullos fiscales para redondear la jugada ("yo no soy un especulador, sólo lo he hecho esta vez porque el dinero me venía bien"), sus nuevas aventuras amorosas con una mujer que le quería hacer cambiar el color de los manteles porque daban malas energías. Luego nos explicó mes a mes las reformas que había hecho en el edificio.

Y entonces empezó lo peor: nos llevó al ordenador para enseñarnos las fotos de aquellas obras. Después de admirar durante un cuarto de hora cómo él y sus amigos derribaban tabiques, colocaban vigas y montaban suelos, estuve a punto de perder el conocimiento cuando dijo ¡ah, espera, que en esta carpeta están las fotos de cuando hicimos la instalación eléctrica! Y ya, lanzados en la vorágine, saltando de carpeta a carpeta, vimos las fotos de sus vacaciones en Eslovaquia, de las excursiones alpinas con su hijo, de sus descensos en kayak, de su vieja furgoneta. Luego entró en internet para enseñarnos una página en la que se puede ver en tiempo real el desarrollo de tormentas, ciclones y tifones en todo el planeta (en ese momento deseé que un buen huracán cayera sobre nosotros, pero no hubo suerte). Supimos que había tormentas gordas en México y Australia. Conocimos las temperaturas de las principales ciudades escandinavas.

En pleno delirio, el hombre nos habló del cambio climático, del tsunami indonesio y de Bush (no recuerdo bien la teoría, aquellos momentos están bastante brumosos en mi memoria, pero sé que las tres cosas estaban relacionadas y la culpa era de Bush). No me preguntéis cómo era la transición entre temas, pero recuerdo que de repente el hombre nos explicaba los motivos por los que el fax era una herramienta desfasada. Y al final, el bombazo de la noche, nos reveló que el calendario azteca prevé un cataclismo para el año 2012. Él tenía sus hipótesis: creía que ese cataclismo podría consistir en que los polos magnéticos de la Tierra cambiarían de lugar de repente. Entonces se alterarían las corrientes oceánicas en las costas de Labrador y, claro, Inglaterra se congelaría.

Al despedirnos por la mañana siguiente nos dijo que le había encantado conversar con nosotros. Francis y yo le deseamos suerte para que le llegaran clientes -y en voz baja: que sea una excursión de sordos.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Deberías colgar su foto en el blog. Para esquivarlo si lo vemos, claro.

mi-tacua-uy dijo...

Ja, ja, ja. Al menos tu resumen de 3 horas de tortura psicológica fue divertido de leer.
Estoy de acuerdo con nomeacuerdo.

momodice dijo...

No entiendo cómo sigues siendo tan buena persona.

Anónimo dijo...

Pues el pelma no anda muy descaminado. Claro que se prevé un vuelco de la tierra: ya ha ocurrido otras veces. Con el vuelco, los blogs quedarán del revés, y será una vespa la que dé la vuelta a vespaña montada en un ander.

José María Romera dijo...

Para que luego hablen tan bien de la gente hospitalaria. Hay que tener cuidado con las posadas con encanto. Espero que al menos tomaras nota de sus chafarderías y algún día puedas "darles forma literaria" (que es como dice uno que conozco cuando se venga de alguien a teclazos).

Muy bueno.

Anónimo dijo...

De acuerdo con Lucía, eso os pasó por buenas personas.

Ander Izagirre dijo...

Pues sí, jmr, durante las dos primeras horas de la paliza yo me mordía el páncreas de pura desesperación. Pero ya durante la tercera hora miraba al dueño del hostal y pensaba "chaval, tú vas directo al blog", y empecé a tomar notas de todos sus desvaríos. Me di cuenta de que aquel chapas me estaba dando una curiosa historietilla. Ya ves, esto de viajar y escribir tiene algunas derivas un poco enfermizas y hasta masocas.

Nomeacuerdo y mi-tacua-uy me piden que cuelgue al tipo. Es algo que deseé hacer intensamente, claro.

Anónimo dijo...

¡ah! lo de las telarañas lo hacen queriendo; (así se salvan de las moscas y polillas)

Lo he sabido por una Bodeguilla que tenemos por aquí y QUE NO PASA LA INSPECCION pero contestan, si las TELARAÑAS son para pescar las moscas y etc...

Y la de Sanidad se queda.....

Ander Izagirre dijo...

En este caso la telaraña sólo era metafórica. La de Sanidad no creo que pase dos veces por aquel hostal: seguro que con escuchar las parrafadas del tío la primera vez ya no se atreve a volver.