13 julio 2006

Por el fondo del mar



Como en los casos de las Alpujarras o el delta del Ebro, sigo destripando territorios misteriosos de la infancia: ahora tocan Los Monegros. Es la comarca árida que siempre veíamos de refilón, en un costado de la autopista, cuando viajábamos de vacaciones al Mediterráneo. Y pronunciábamos la locución completa, “el desierto de Los Monegros”, con solemnidad. Porque era el primer y único desierto que veíamos con nuestros ojos y eso daba impresión.

También resultaba un poco decepcionante, porque desde el coche sólo distinguíamos una breve sucesión de colinas terrosas. Nada de dunas de arena ni tuaregs a camello. Pero yo veía en el mapa que detrás de esas colinas, allá dentro, había carreteras y pueblos -Alcubierre, Monegrillo, Sariñena- y me picaba la curiosidad.

Así que tenía un empeño especial por atravesar los Monegros -sólo el nombre ya es áspero- de norte a sur con la vespa, para conocer por fin qué había allí dentro.

En el norte, en las llanuras cercanas a Huesca y Barbastro, en medio de lomas áridas y secarrales se extienden sorprendentes campos verdes: una red de canales y una legión de aspersores permiten cultivar muchas hectáreas de maíz. No estamos aún en Los Monegros, pero el paisaje se va resecando según bajamos hacia el sur.

Aparecen pueblillos como Torres de Alcanadre, de casas bajas y calles amplísimas, tostadas al sol del mediodía. La especie humana parece extinguida, no hay rastro. Tres cigüeñas se adormilan en el nido que han construido sobre un gran depósito de agua y una docena de golondrinas vuelan eléctricas dando vueltas y vueltas a la plaza del pueblo. Y ya.

La contraseña para que los vecinos resuciten son tres bocinazos: los de la furgoneta del pan. Varias señoras salen de los portales en bata de verano y arrastran los pies hasta el vendedor. Todas se saludan y nos saludan. Una se queda con nosotros de cháchara. Por la mañana ha dado un paseo, pero con este bochorno ya no se va a mover de casa en todo el día. Cuenta el mismo blues demográfico que he escuchado en los Ancares, en las Alpujarras, en el Maestrazgo o en los Pirineos: “En el pueblo ya sólo quedamos viejos. En mi juventud, casi todos se fueron a Zaragoza o a Barcelona, porque aquí no había nada que hacer. Labrar con las mulas y punto. Ahora, desde que trajeron el canal, al menos hay agua para campos de maíz y cebada. Pero el agua no llega para todos los que quieren plantar. Y como no llueve...”.

Peralta de Alcofea, Venta de Ballerías, Sariñena. Vamos entrando en el corazón esclerótico de Los Monegros. Del cielo cae un ardor blanquecino que todo lo difumina, un resplandor lechoso que ahoga el paisaje y disuelve los contornos. Por qué llamarán a esto Monegros, si de negro no tiene nada. El paisaje es blanco, tirando a ocre. Son tierras de sal y yeso, de minerales acumulados en el fondo de un viejo mar, donde sólo resisten arbustos esteparios y carrascas tozudas. Toda esta zona de la Depresión del Ebro, una gran fosa tectónica que atraviesa el centro de Aragón, estaba inundada hace millones de años por un mar encerrado entre los Pirineos, la Cordillera Ibérica y la Cordillera Litoral Catalana. Luego las sierras catalanas se abrieron y el mar desaguó hacia el actual Mediterráneo. El viejo lecho marítimo no sufrió más movimientos geológicos y quedó como lo que es hoy: una gran llanura de sedimentos minerales. Por aquí empezó a correr el río Ebro. Y quedaron algunas pequeñas cuencas endorreicas -es decir, cuencas cerradas, sin desagüe- que hoy en día están ocupadas por lagunas como la de Sariñena (una lámina de agua coloreada de verde por las algas) o que ya se secaron y aparecen como salares que sólo se inundan con lluvias esporádicas.

Más al sur se alzan algunas sierras cenicientas, devoradas por la erosión, en cuyos pliegues se cobijan bosquetes de pinos. Y luego más pueblos achicharrados, como Castejón de Monegros, al pie de un castillo especialmente rotundo que vigila la nada. En la entrada a Castejón hay un barrio de casitas blancas alineadas, todas con un pequeño jardín en la parte delantera, con césped, enredaderas, arbustos y arbolitos que dan sombra y frescor. Me recuerda a un kibbutz israelí, de esos en los que cultivan naranjas y tienen campo de fútbol de hierba en pleno Negev: orgullo vegetal en medio del desierto.

Pasamos por encima de la autopista y alcanzamos Bujaraloz -uno de mis topónimos favoritos-, un pueblo atravesado por infinitas caravanas de camiones que circulan por la carretera nacional. Cuando viajamos a Barcelona o al Mediterráneo, Bujaraloz parece una aldeúcha perdida en la nada. Esta vez, cuando llegamos desde la nada, Bujaraloz –varios barrios, iglesia, gasolinera, restaurantes de camioneros- nos parece una metrópoli.

Al sur de Bujaraloz se extiende la cara más terrible de los Monegros: 30 kilómetros de pedregal calcinado. La carretera, derretida y pegajosa, avanza en rectas interminables por una llanura de 360 grados. Es como ir en vespa por la Luna, pero con un calor que funde las pestañas y sin Houston que consuele. Son las cuatro de la tarde de un día de julio: un buen momento para conocer los Monegros en su plenitud desoladora. Nos bajamos para sacar alguna foto de los salares, caminamos por una tierra blandurria que se hunde bajo los pies, y al volver a montarnos en la moto pegamos un salto: después de dos minutos al sol, el asiento negro de la vespa arde como para freír un huevo –o los dos-. Lo rociamos con un poco de agua -el asiento- y marcha.

Más adelante se ven unos cuantos caserones en ruinas, algunos agrupados y otros desperdigados por el desierto. Parece un intento fracasado de colonizar Marte.



Y de pronto la llanura se termina en un escalón abrupto: docenas de metros más abajo se extiende otra planicie socarrada, en la que brilla una amplia cinta de plata que dibuja meandros. Es el Ebro, que fluye con una tristeza viscosa. A su vera hay algún embarcadero, una delgada franja de huertos y varios pueblos agotados por el calor -Cinco Olivas, Sástago, Escatrón-. Luego, por todas partes, el desierto. Para que parezca Egipto sólo faltan las pirámides -a cambio hay una megacentral eléctrica- y cocodrilos en el río.

Visitamos el monasterio cisterciense de Rueda -y no circense, como decía alguno que quizá pensaba en monjes saltimbanquis- y luego subimos con la moto a la meseta abrasada que delimita la vega del Ebro también por el sur. Una vez arriba, impresionados por la aridez y asomados sobre la hondonada del río, me da el punto solemne y anuncio:

-La Depresión del Ebro.

Y Francis remata:

-No me extraña.

16 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Jesús, ANDER, qué prosa tan cultivada!
Hablabas por ahí de unas golondrinas; ¿no serían VE (de las que habla eresfea)?

Rafa dijo...

¡Elaboración! Sí señor.

mi-tacua-uy dijo...

¡Que pena tantos pueblitos muriendo! Pero quien sabe, tal vez sean como el ave fénix y nos dan una sorpresa. Además no entiendo, ¡está todo tan cerca de todo!

Zigor Aldama dijo...

Jode, Ander, como te lo curras. Este blog es como para llevarlo directamente a imprenta.

Ander Izagirre dijo...

Hombre, es que ya estoy apalancado en casa. Por eso, porque ya empiezo a elaborar demasiado el blog y ya empieza a parecer otra cosa, os contaré alguna batalla más y colorín colorado.

Ander Izagirre dijo...

No se trata de abrir una sucursal de Interflora ni de fundar Reporteros Peloteros Sin Fronteras: el viaje de Zigor es, sencillamente, impresionante. Me levanto el cráneo.

Recomiendo a tutti le mondi que se pase por su blog (tremendas fotos, las últimas de Nepal, y las historias que tiene pendiente escribir prometen mucho mucho). No puedo dejarte mensajes en el blog, Zigor (y encima llevo unos cuantos días sin internet en casa y así seguiré una temporada), pero cada vez que me asomo a tu viaje me impresiona más.

Además, el tío viaja para buscar historias y contarlas, para explicarnos cómo vive la gente por esos mundos. No viaja para hablar de sí mismo. Un periodista de los de verdad.

Ánimo y que siga cundiendo.

Anónimo dijo...

gracias ander.
estos blogs reconfortan...
gracias chaval!

Zigor Aldama dijo...

Ander, creeme, ya tengo ganas de volver. Son muchas historias, si, pero la mayoria tristes y muy dificiles de obtener. Dias y dias de sudores infructuosos. Una nebulosa que, a veces, da resultados reconfortantes.

En cualquier caso, que quede claro que en el blog, sobre todo, hablo de MI, y de lo que NOS pasa. Jejeje.

Las historias las dejo para los medios y, segun van siendo publicadas, las vuelco en el blog, que, dicho sea de paso, no tiene ni una decima parte de la calidad literaria de este.

Y nada de Reporteros Peloteros Sin Fronteras. Las cosas como son.

Queda pendiente esa borrachera en fiestas.

Anónimo dijo...

Siempre me gustó más aquella versión de que Los Monegros era un bosque que Felipe II mandó talar para construir la Armada Invencible. Es bonito eso de echarle siempre las culpas de todo a los gobernantes... ¡Piove, porco governo!

Ander Izagirre dijo...

Pues sí, Erri Berri, algo de cierto hay en eso. De hecho, dicen que el delta del Ebro se creó cuando deforestaron toda esa zona para construir barcos (no sé si los de la Armada Vencible), porque la erosión fue brutal y el río se llevó toneladas de tierra que fueron creando el delta.

Anónimo dijo...

Hola Amigo:
Aqui deja este comentario, un vecino de Escatrón al que le ha impresionado el relato (me parece muy bueno) tanto por la forma del mismo como por el fondo pues tienes mucha razón. Pero la p......... globalización está despoblando la mayoría de las zonas rurales en beneficio de las grandes Urbes consumistas manipuladas por políticos caciquistas y que van a conseguir lo que le faltó a Felipe II, el crear pueblos fantasmas.

Un saludo

Anónimo dijo...

Itzel, Ander, itzel...
eta Zigorrek beste horrenbeste, nahiz eta berea kontatzeko beste modu bat dan

zorixonak bixoi
hamen lagun bat

Ander Izagirre dijo...

Anónimo escatronés, escatroneño o escatronita: me quedé con ganas de pasar unas horas más por esa zona, qué pena, ya me harás una visita guiada y explicada de ese territorio tan asombroso. Ese tipo de regiones me impresionan, y como sólo pasé fugazmente, me queda la idea de que ahí hay muchísima miga que yo no he llegado a conocer. Siempre se puede arreglar...

Albardao, pelotero itzela! Besarkada bat eta, Museo del Pradon esango luketen bezala, eutsi Goyari.

Anónimo dijo...

pues, nada, q tengo una vespa y la verdad me encantaria hacer un viaje como ese.Propongo una palabra que a mi se ocurre a menudo cuando voy a algun sitio en la moto y me equivoco de camino: Vespistado, creo que no hace falta explicarla.
Un saludo, iruñatik
Patxi

Ander Izagirre dijo...

Aupa, Patxi, a ver si te animas a hacer un viaje véspico. Lo de vespistado es bastante común, sí.
Saludos

Anónimo dijo...

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